La duda ofende

Hace
 20 años, era improbable que la selección española de baloncesto se 
convirtiera en campeona de Europa. Todavía era más complicado imaginar a
 los jugadores españoles subidos en lo más alto del podio de un 
campeonato del mundo. Por último, era poco menos que imposible soñar con
 una victoria española frente al gran dominador del baloncesto mundial, 
Estados Unidos. Nuestro combinado nacional disponía de buenos jugadores 
(Epi, Andrés Jiménez, Alberto Herreros, Orenga, etc), pero no estaba en 
condiciones de pelear por los títulos más lustrosos. No éramos ni más 
altos, ni más fuertes ni más rápidos que el resto. España era un equipo 
del montón, que se contentaba con una medalla muy de vez en cuando (sin 
importar su color) o con clasificarse entre los ocho-diez mejores 
equipos de cada torneo al que acudía. Equipo, aficionados y periodistas 
se conformaban con lo justo. No quedaba otra.
20 años después, España celebra su segunda medalla de plata 
consecutiva en unos Juegos Olímpicos. Seis finales en siete años y ocho 
medallas en once precedieron a este nuevo éxito de la generación dorada 
del baloncesto español. En 2006, un grupo de grandes jugadores de 
baloncesto y, sobre todo, de grandes amigos, dejó atrás para siempre los
 complejos históricos de la España baloncestística. Aquel Mundobasket 
supuso un antes y un después para una selección que ya había demostrado 
su talento con creces en años anteriores. Aun así, los chicos 
necesitaban el acicate del triunfo en un gran campeonato para dejar 
patente que el baloncesto español estaba listo para codearse con la 
élite. Desde entonces, ningún rival sería lo suficientemente temible 
como para amedrentar a las huestes españolas; ningún logro sería lo 
suficientemente lustroso para colmar las ansias de triunfo del equipo. 
Los “júniors de oro” querían más, más y más. Lo mismo le sucedía a la 
prensa y al respetable. Los primeros idearon un horrendo mote para 
restar humildad y sumar dosis excesivas de grandeza a las hazañas del 
equipo (“ÑBA”). Los segundos cayeron en la más absoluta de las 
frustraciones cuando la selección no rindió tan superlativamente como se
 esperaba de ella y llegaron a criticar victorias (sí, victorias) del 
equipo porque éstas se habían conseguido jugando a medio gas. El 
baloncesto español había llegado a su culmen y todavía se le pedía que 
diera más de sí.
Las críticas y las exigencias aumentaron en cantidad y en intensidad 
cuando Sergio Scariolo tomó las riendas del equipo. De eso hace ya 4 
años. 4 años cargados de pesimismo, frustración y acusaciones varias en 
las primeras fases de los torneos, de optimismo, euforia y lluvia de 
alabanzas en las fases finales. El equipo ha conseguido dos Eurobasket y
 una plata olímpica durante este periplo. ¿Irónico, verdad? La gota que 
colmó el vaso llegó precisamente hace unos días.
España está realizando su peor campeonato en muchos años en los 
Juegos Olímpicos de Londres. Los problemas físicos merman a la 
selección, que no logra encontrar su juego rápido y alegre en lo 
ofensivo y sólido y efectivo en lo defensivo. El otrora destacado 
acierto exterior brilla por su ausencia y, a pesar de la altura de los 
interiores españoles, el rebote también causa problemas. Se gana sin 
brillantez a China y Australia, se pasan muchísimos apuros frente a Gran
 Bretaña y se pierde contra Rusia. Es el precio que se debe pagar por la
 irregularidad. Desde España comienzan a llegar llamadas a la dimisión 
de Scariolo (cantinela baloncestística veraniega donde las haya) y 
críticas desmesuradas hacia algunos jugadores. Algunos incluso se 
atreven a cuestionar las decisiones técnicas y juegan a ser 
seleccionadores nacionales, sobre todo a través de ese gran medio de 
expresión-patio de corrala llamado Twitter. Da la sensación de que se 
debe abusar de los rivales en cada partido para satisfacer al personal, 
que parece olvidar la dificultad de lo conseguido por la selección 
durante estos años. Si no se consigue premio, el equipo no merece ningún
 respeto. Llámenlo como quieran. Yo lo llamo inconformismo. Lo mejor 
estaba aún por venir.
Último partido de la fase de grupos: España-Brasil. Por extraña 
casualidad, si la selección española pierde ante la ‘canarinha’ será 
tercera de grupo y evitará al rival más fuerte, Estados Unidos, hasta 
una hipotética final olímpica. Si España vence, será segunda de grupo y 
se encontrará con lo más granado de la NBA en semifinales. Otra 
casualidad (que no causalidad): los chicos de Scariolo pierden frente a 
Brasil tras un nuevo último cuarto de los horrores. La excusa que muchos
 necesitaban para dudar todavía con más fuerza del equipo. 
Comportamiento antideportivo y antiolímpico, no búsqueda de la victoria 
final, desgana. De eso se tilda a un equipo que ha demostrado de sobra 
que nunca sale a la cancha con el objetivo de perder un encuentro, sea 
amistoso u oficial. Los pesimistas, los cínicos y los críticos parecen 
olvidar por un momento que no es el primer partido del torneo en el que 
España juega mal al baloncesto.
España supera los cuartos de final ante Francia. El juego no es 
notable, pero sí suficiente para minar la resistencia de los galos, 
lamentablemente irrespetuosos en los últimos minutos del encuentro. La 
selección se ha clasificado para una semifinal olímpica por segunda 
ocasión consecutiva, pero el bronce parece un premio menor. Hay que 
llegar a la final como sea para no decepcionar a todo un país. La 
primera parte de la semifinal ante Rusia no ayuda a acabar con las dudas
 y las críticas. Sin embargo, España recupera su baloncesto habitual en 
los 20 minutos posteriores y se convierte en finalista. La práctica 
totalidad de los que pedían que rodaran cabezas tan sólo unos minutos 
antes se sube al carro de la victoria y de la confianza ciega en el 
equipo. Cuando el triunfo se ve cercano, el lobo se convierte en manso 
corderito. Los españoles somos chaqueteros por naturaleza.
Todavía queda un nuevo episodio relacionado con las dudas. Cuando se 
conoce que USA será el rival en la final olímpica, surgen los agoreros 
de turno. Muchos piensan que la final será un mero trámite para coronar 
como campeones a los estadounidenses y que España sólo aparecerá por el 
O2 londinense para cubrir el expediente. Parece que se ha retrocedido 28
 años en el tiempo, cuando los jugadores españoles se paseaban por las 
canchas con unos pantalones que parecían recién sacados de la lavadora y
 cuando ganar a Estados Unidos sí que era una auténtica quimera. Llegar a
 la final en Los Ángeles 84 fue “el triunfo”. En 2012, se diga lo que 
diga, el triunfo no puede quedarse en el hecho en sí de llevarse una 
plata olímpica. Perder por una diferencia abrumadora ante USA siempre es
 una posibilidad, pero mucho más pequeña que antaño. El triunfo será o 
bien el oro (difícil, pero no imposible) o bien la constatación de que 
España puede vencer a los jugadores más atléticos, rápidos y talentosos 
del universo. Sería lo segundo.
Nunca una plata supo tanto a oro. España, dolida en su orgullo, 
ofrece un espectáculo baloncestístico inolvidable en la final ante USA. 
Este partido es, muy posiblemente, la ocasión reciente en la que nuestra
 selección ha estado más cerca de vencer al coco del baloncesto mundial.
 Pocos confiaban en un partido disputado entre ambas selecciones, al 
menos en su totalidad. USA se iría en el marcador en algún momento 
(presumiblemente en el tercer cuarto) y fin. Y USA cogió velocidad de 
crucero, sí. Lo que ocurre es que lo hizo a tan solo 2 minutos para la 
conclusión de la final. Razón de más para perder la comparación con el 
Dream Team del 92 (la cual ya desgrané en un artículo anterior).
 Nunca vi a los yankees tan temerosos como ayer. Los Kobe, Lebron, 
Carmelo o Durant llegaron a creer firmemente que podían perder el 
partido, al igual que España creyó que podía ganarlo. Resultado final: 
107-100 favorable a USA. Créanme, por una vez la vaselina la necesitaron
 más ellos que nosotros.
La historia concluye con la segunda plata olímpica de esta generación
 inolvidable del baloncesto español. No andamos desencaminados si 
creemos que éste ha sido el canto de cisne de este equipo. La puerta de 
salida está irremediablemente abierta de par en par para algunos 
jugadores de la selección. El problema no es ni su compromiso ni su 
talento (tienen de sobra ambas cosas): es su edad. Ni Pau Gasol, ni 
Navarro, ni Felipe Reyes ni Calderón son máquinas. Pronto dejarán de 
vestir la camiseta nacional y tan sólo jugarán vestidos con ella en 
nuestros recuerdos. Los jóvenes tendrán que asumir el mando, tanto los 
que ya están como los que vendrán. Es muy difícil que consigan lo que 
sus predecesores. Por eso, es importante que la selección reciba el 
máximo apoyo posible en la época de vacas flacas que llegará tarde o 
temprano. Hemos pedido lo máximo a la mejor generación de nuestro 
baloncesto, incluso algunos se han permitido el lujo de dudar del equipo
 sin justificación ninguna. Los hoy subcampeones olímpicos son 
irrepetibles, tanto en juego como en exigencias de prensa y afición. No 
exijamos el Olimpo a las generaciones futuras y, sobre todo, no dudemos 
de ellos tanto como se ha dudado de la actual selección. ¿Por qué? 
Porque la duda ofende.
—Por: MIllan Camara


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