sábado, 18 de agosto de 2012

Desde "TIRANDO A FALLAR"

La duda ofende

La duda ofende

Hace 20 años, era improbable que la selección española de baloncesto se convirtiera en campeona de Europa. Todavía era más complicado imaginar a los jugadores españoles subidos en lo más alto del podio de un campeonato del mundo. Por último, era poco menos que imposible soñar con una victoria española frente al gran dominador del baloncesto mundial, Estados Unidos. Nuestro combinado nacional disponía de buenos jugadores (Epi, Andrés Jiménez, Alberto Herreros, Orenga, etc), pero no estaba en condiciones de pelear por los títulos más lustrosos. No éramos ni más altos, ni más fuertes ni más rápidos que el resto. España era un equipo del montón, que se contentaba con una medalla muy de vez en cuando (sin importar su color) o con clasificarse entre los ocho-diez mejores equipos de cada torneo al que acudía. Equipo, aficionados y periodistas se conformaban con lo justo. No quedaba otra.

20 años después, España celebra su segunda medalla de plata consecutiva en unos Juegos Olímpicos. Seis finales en siete años y ocho medallas en once precedieron a este nuevo éxito de la generación dorada del baloncesto español. En 2006, un grupo de grandes jugadores de baloncesto y, sobre todo, de grandes amigos, dejó atrás para siempre los complejos históricos de la España baloncestística. Aquel Mundobasket supuso un antes y un después para una selección que ya había demostrado su talento con creces en años anteriores. Aun así, los chicos necesitaban el acicate del triunfo en un gran campeonato para dejar patente que el baloncesto español estaba listo para codearse con la élite. Desde entonces, ningún rival sería lo suficientemente temible como para amedrentar a las huestes españolas; ningún logro sería lo suficientemente lustroso para colmar las ansias de triunfo del equipo. Los “júniors de oro” querían más, más y más. Lo mismo le sucedía a la prensa y al respetable. Los primeros idearon un horrendo mote para restar humildad y sumar dosis excesivas de grandeza a las hazañas del equipo (“ÑBA”). Los segundos cayeron en la más absoluta de las frustraciones cuando la selección no rindió tan superlativamente como se esperaba de ella y llegaron a criticar victorias (sí, victorias) del equipo porque éstas se habían conseguido jugando a medio gas. El baloncesto español había llegado a su culmen y todavía se le pedía que diera más de sí.


Las críticas y las exigencias aumentaron en cantidad y en intensidad cuando Sergio Scariolo tomó las riendas del equipo. De eso hace ya 4 años. 4 años cargados de pesimismo, frustración y acusaciones varias en las primeras fases de los torneos, de optimismo, euforia y lluvia de alabanzas en las fases finales. El equipo ha conseguido dos Eurobasket y una plata olímpica durante este periplo. ¿Irónico, verdad? La gota que colmó el vaso llegó precisamente hace unos días.

España está realizando su peor campeonato en muchos años en los Juegos Olímpicos de Londres. Los problemas físicos merman a la selección, que no logra encontrar su juego rápido y alegre en lo ofensivo y sólido y efectivo en lo defensivo. El otrora destacado acierto exterior brilla por su ausencia y, a pesar de la altura de los interiores españoles, el rebote también causa problemas. Se gana sin brillantez a China y Australia, se pasan muchísimos apuros frente a Gran Bretaña y se pierde contra Rusia. Es el precio que se debe pagar por la irregularidad. Desde España comienzan a llegar llamadas a la dimisión de Scariolo (cantinela baloncestística veraniega donde las haya) y críticas desmesuradas hacia algunos jugadores. Algunos incluso se atreven a cuestionar las decisiones técnicas y juegan a ser seleccionadores nacionales, sobre todo a través de ese gran medio de expresión-patio de corrala llamado Twitter. Da la sensación de que se debe abusar de los rivales en cada partido para satisfacer al personal, que parece olvidar la dificultad de lo conseguido por la selección durante estos años. Si no se consigue premio, el equipo no merece ningún respeto. Llámenlo como quieran. Yo lo llamo inconformismo. Lo mejor estaba aún por venir.

Último partido de la fase de grupos: España-Brasil. Por extraña casualidad, si la selección española pierde ante la ‘canarinha’ será tercera de grupo y evitará al rival más fuerte, Estados Unidos, hasta una hipotética final olímpica. Si España vence, será segunda de grupo y se encontrará con lo más granado de la NBA en semifinales. Otra casualidad (que no causalidad): los chicos de Scariolo pierden frente a Brasil tras un nuevo último cuarto de los horrores. La excusa que muchos necesitaban para dudar todavía con más fuerza del equipo. Comportamiento antideportivo y antiolímpico, no búsqueda de la victoria final, desgana. De eso se tilda a un equipo que ha demostrado de sobra que nunca sale a la cancha con el objetivo de perder un encuentro, sea amistoso u oficial. Los pesimistas, los cínicos y los críticos parecen olvidar por un momento que no es el primer partido del torneo en el que España juega mal al baloncesto.


España supera los cuartos de final ante Francia. El juego no es notable, pero sí suficiente para minar la resistencia de los galos, lamentablemente irrespetuosos en los últimos minutos del encuentro. La selección se ha clasificado para una semifinal olímpica por segunda ocasión consecutiva, pero el bronce parece un premio menor. Hay que llegar a la final como sea para no decepcionar a todo un país. La primera parte de la semifinal ante Rusia no ayuda a acabar con las dudas y las críticas. Sin embargo, España recupera su baloncesto habitual en los 20 minutos posteriores y se convierte en finalista. La práctica totalidad de los que pedían que rodaran cabezas tan sólo unos minutos antes se sube al carro de la victoria y de la confianza ciega en el equipo. Cuando el triunfo se ve cercano, el lobo se convierte en manso corderito. Los españoles somos chaqueteros por naturaleza.

Todavía queda un nuevo episodio relacionado con las dudas. Cuando se conoce que USA será el rival en la final olímpica, surgen los agoreros de turno. Muchos piensan que la final será un mero trámite para coronar como campeones a los estadounidenses y que España sólo aparecerá por el O2 londinense para cubrir el expediente. Parece que se ha retrocedido 28 años en el tiempo, cuando los jugadores españoles se paseaban por las canchas con unos pantalones que parecían recién sacados de la lavadora y cuando ganar a Estados Unidos sí que era una auténtica quimera. Llegar a la final en Los Ángeles 84 fue “el triunfo”. En 2012, se diga lo que diga, el triunfo no puede quedarse en el hecho en sí de llevarse una plata olímpica. Perder por una diferencia abrumadora ante USA siempre es una posibilidad, pero mucho más pequeña que antaño. El triunfo será o bien el oro (difícil, pero no imposible) o bien la constatación de que España puede vencer a los jugadores más atléticos, rápidos y talentosos del universo. Sería lo segundo.

Nunca una plata supo tanto a oro. España, dolida en su orgullo, ofrece un espectáculo baloncestístico inolvidable en la final ante USA. Este partido es, muy posiblemente, la ocasión reciente en la que nuestra selección ha estado más cerca de vencer al coco del baloncesto mundial. Pocos confiaban en un partido disputado entre ambas selecciones, al menos en su totalidad. USA se iría en el marcador en algún momento (presumiblemente en el tercer cuarto) y fin. Y USA cogió velocidad de crucero, sí. Lo que ocurre es que lo hizo a tan solo 2 minutos para la conclusión de la final. Razón de más para perder la comparación con el Dream Team del 92 (la cual ya desgrané en un artículo anterior). Nunca vi a los yankees tan temerosos como ayer. Los Kobe, Lebron, Carmelo o Durant llegaron a creer firmemente que podían perder el partido, al igual que España creyó que podía ganarlo. Resultado final: 107-100 favorable a USA. Créanme, por una vez la vaselina la necesitaron más ellos que nosotros.

La historia concluye con la segunda plata olímpica de esta generación inolvidable del baloncesto español. No andamos desencaminados si creemos que éste ha sido el canto de cisne de este equipo. La puerta de salida está irremediablemente abierta de par en par para algunos jugadores de la selección. El problema no es ni su compromiso ni su talento (tienen de sobra ambas cosas): es su edad. Ni Pau Gasol, ni Navarro, ni Felipe Reyes ni Calderón son máquinas. Pronto dejarán de vestir la camiseta nacional y tan sólo jugarán vestidos con ella en nuestros recuerdos. Los jóvenes tendrán que asumir el mando, tanto los que ya están como los que vendrán. Es muy difícil que consigan lo que sus predecesores. Por eso, es importante que la selección reciba el máximo apoyo posible en la época de vacas flacas que llegará tarde o temprano. Hemos pedido lo máximo a la mejor generación de nuestro baloncesto, incluso algunos se han permitido el lujo de dudar del equipo sin justificación ninguna. Los hoy subcampeones olímpicos son irrepetibles, tanto en juego como en exigencias de prensa y afición. No exijamos el Olimpo a las generaciones futuras y, sobre todo, no dudemos de ellos tanto como se ha dudado de la actual selección. ¿Por qué? 

Porque la duda ofende.


Por: MIllan Camara

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