EL MILAGRO DE LA ACTITUD
Por Franco Pinotti
¡Qué final! Podríamos recurrir a todos
los tópicos del mundo, y estoy seguro que si repasamos los distintos
medios de información los vamos a encontrar casi todos - ¡los tópicos! -
pero la realidad es una: ha sido el triunfo
del coraje, de la fe en las propias posibilidades, por
nulas que éstas fueran, de la ACTITUD, y lo escribo en
mayúscula porque es una palabra que gusta cuando tenemos
que aplicarla a los demás pero que nos cuesta cuando se refiere a
uno mismo, en este caso a un grupo de jugadores; una actitud que
emana de hechos y no de palabras, de
situaciones límite que en lugar de agarrotar la
mente, despejan las ideas y llevan a realizar hazañas. Una hazaña, en
este caso, que pasará a la historia sino del deporte, sí del
baloncesto.
Me
alegro incluso por un motivo extra deportivo. Grecia, y
no voy a dar detalles que todos los que se preocupan
de lo que pasa en este mundo ya conocen, está viviendo una situación
social que ya ha rebasado el nivel de lo difícil. No nos vamos a
engañar: como país está al borde del abismo por
culpas propias y dejadez ajena, y a lo mejor un episodio
como éste podrá servir para fortalecer o recuperar en parte la autoestima
que tanto necesita y con ella el valor
para dar un paso adelante de la misma manera que lo han dado un
grupo de jugadores que, ¡perdidos al río!, cual nuevos
espartanos en las Termópilas han sido capaces de
enfrentarse al poderoso, al invencible y derrotarlo y de la manera
más dramática posible, recurriendo a la épica.
Me
gusta doblemente porque el Olympiacos es un equipo en el que los
jugadores griegos, o sea de la casa, han
tenido la voz cantante, han sido los que han decidido,
los que se han liado a tortas con su propia ineficacia hasta
derrotarla, y una vez encontrado el camino lo han enfilado con
una confianza pasmosa.
Reconozco
que soy un amante de la historia griega; por ello en el momento en que Printezis
se elevó lanzando su
semigancho en extensión tras recibir la asistencia de Spanoulis,
me vinieron a la memoria otros grandes héroes del pasado: Leónidas,
Epaminondas, Milcíades, Temístocles,
Pericles, etc., personajes que hicieron grande a su país y cuyos
nombres han superado la barrera de los siglos.
Ahora
en Grecia tienen uno más, y espero y deseo que, como mínimo, sirva de provecho
moral a una sociedad que en
la actualidad está en un estado catatónico y necesita más que nadie
que alguien la revitalice de la forma que sea, de la misma manera que lo
necesita la nuestra, ¡que no vamos tan
sobrados!
Volvamos
a lo nuestro, al baloncesto. Uno siente emoción cuando
asiste, aunque no sea en directo, a una empresa
similar. Hasta llegas a olvidarte que el partido ha sido en
algunos momentos absolutamente penoso, rozando lo esperpéntico,
como en el primer cuarto cuando todos los jugadores
estaban absolutamente reñidos con las canastas: un “espectacular”
10-7, ¡parcial de minibasket!
La
pregunta que uno se hace es ¿por qué este bochorno en pista?
Tengo
varias respuestas, pero la principal es que creo que cuando se llega a
una final, o a un partido de cara o cruz, todos
-aunque sea inconscientemente, como pudimos comprobar también en el
caso del Barcelona en semifinal- cambian su forma natural o habitual de
jugar. Así comprobamos que la tendencia es botar y
botar en lugar de mover el balón rápidamente y ...¡moverse!,
que es el primer mandamiento del buen jugador de básket.
Se
renuncia a la primera buena opción de finalización e incluso a la
segunda, para luego hacer un mal tiro o ...¡no tirar!
Mientras
los dos entrenadores, veteranos y experimentados, hablaban con sus
jugadores llegue a pensar que el exceso de
scouting está matando la creatividad del juego
en todos los aspectos: ofensivos y defensivos.
Los
jugadores están tan mediatizados sobre lo que hace el
rival o los rivales, que se olvidan de lo que tiene
que hacer bien uno mismo. Así Teodosic dio todo un
recital de errores; nadie fue capaz de sugerir a Kaun
que se situara cerca del aro para recibir cuando lo
marcaba Hines, quince centímetros más bajo, en
lugar de realizar inútiles bloqueos a nueve metros del aro. Antic
atentó al estado físico de los espectadores de
las primeras filas con sus triples que no tocaban ni el aro, y así
podríamos seguir hasta el infinito.
Pero
lo bueno de este juego es que en cualquier momento sale el toque
de genialidad. Cuando todo está enrevesado
y nadie ve el camino claro, los que tienen más talento
de repente despiertan, aclaran el panorama y nos meten en el verdadero
espectáculo que representa nuestro juego cuando está
bien....¡jugado!
Me
quedo con las pinceladas de Teodosic que, tras un
primer cuarto infame, encendió la mecha de la emoción
“enchufando” tres triples en un minuto y la pincelada de genio
picassiano de la asistencia con las dos manos mirando para un lado y
dándola al otro. ¡Genial!
Y
detrás del “genio”, toda la banda, y para el Olympiacos se acabó lo que
se daba. Y todos los que mirábamos el partido llegamos
a pensar que realmente había algo de injusticia en que el Barcelona,
con un potencial netamente superior, no hubiese llegado a la final:
¡hubiera plantado cara de una forma bastante más eficaz de
lo que lo hacían los griegos!
Y
mientras dábamos recorrido a nuestras tonterías y los
rusos ya habían sacado el champagne y las camisetas de
campeones, Shved perdió un par de balones por
querer levantar el ¡ahhhh! de admiración del
respetable, e Ivkovic tomó la decisión de sentar a su
estrella Spanoulis y sacar a “sus espartanos”, a
los obreros del parket.
La historia cuenta, o yo quiero imaginarla así, que cuando
espartanos y atenienses se alían, nadie los puede derrotar y.....¡no lo
iban a hacer unos rusos de las estepas!
Mantzaris, Sloukas, Papanikolaou y
compañía se convirtieron en una auténtica pesadilla para el rival:
defensa, contraataques, triples. Hasta los mediocres
americanos del equipo se animaron y por lo menos se fajaron. Y llegó
la locura final; a Teodosic le tembló el pulso: 1 de 2 libres; la
muñeca de Siskauskas fue un
tsunami: 0 de 2 libres.....y...llegó Printezis y la
apoteosis que todos conocemos.
No ha sido un gran partido de baloncesto, y tampoco ha sido
una gran final pero sí ha sido la más emocionante, la más
emotiva, la que ha explicado a los sabios y a los
profanos que el factor humano, o sea simplemente
la actitud, en cualquier actividad en la que están
involucradas personas mínimamente inteligentes,
sigue siendo lo más importante, lo que determina nuestro devenir,
que depende de la capacidad que tenemos de crear dentro
de la lógica disciplina de cualquier actividad
de grupo.
Antes de ver este partido estaba convencido que el baloncesto
se tenía que ver bajo este prisma si queremos que siga progresando.
Después de este partido, estoy seguro que es la única vía
posible. Ivkovic y sus “atenienses-espartanos” nos lo ha
demostrado.
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