ESPLENDOR EN LA HIERBA
Por Joan Cerdà
El pasado día 5 de noviembre Javier Ortiz (alias @Bujacocesto) planteaba una pregunta que creo también se formulan muchísimos aficionados. ¿Son
ahora mejores los jugadores? Esto dio lugar a una pequeña conversación tuitera a la que también se sumó @LaFura (sus blogs: Distrito 21 y Distrito 23). Creo que el tema es atractivo
y si tenemos en cuenta que Bujacocesto es para mí un lugar de culto en la red, voy a salirme de aquellos 140
caracteres y recuperar una tertulia normal.
Voy a posicionarme claramente a favor de los jugadores del
pasado. Ya sé que los de ahora son más altos, más fuertes y más rápidos.
Tampoco creo que a nivel de fundamentos sean inferiores a
los de antaño. Quizás en su contra (aunque eso es otra buena
discusión) juega un baloncesto actual menos rico tácticamente (riqueza
táctica no es acumular sistemas a las espaldas del equipo) y
que soporta el peso de la mayor arma de destrucción masiva: el “scouting”. La popularización de los medios audiovisuales mata la frescura del juego e iguala por la banda baja a
jugadores y entrenadores. Pero el “scouting” está aquí para quedarse y hay que aprender a convivir con él.
Volvamos a mi afirmación. Los jugadores del pasado eran mejores por razones intangibles. La primera: la nostalgia. Es evidente que Pau
Gasol causaría destrozos indescriptibles si apareciera jugando un partido en el pabellón de La Plana en los años sesenta. Pero no puede competir con Alfonso
Martínez: era mi ídolo de la niñez. Llegaba a ponerme una rodillera en la pierna izquierda por que el gran Fonso llevaba una allí y no se había inventando el
“marchandising”. Evidentemente no me dolía nada pero era igual.
El día que Pau Gasol se retire no sentiré
nada en especial (evidentemente muchísimos aficionados actuales sí
sentirán). Todavía, mientras escribo estas líneas, me
emociono cuando recuerdo el partido en que se rindió homenaje a Alfonso Martínez, en el pabellón de Ausias March. Chinche del Río tituló
en el desaparecido 4-2-4 “Se va Fonso”.
Este nombre es el que coreaban unas gradas abarrotadas, en tono grave,
arrastrando la primera o, sonaba como un cántico
gregoriano. Hablo del año 1978. O quizás fue el 79. Los jugadores
actuales tienen más difícil despedirse con esta emotividad escénica.
Vamos a dar una segunda razón: la proximidad. No se trata de comparar el palmarés o sus cualidades técnicas o humanas. Cada uno dominó y domina su época. Sin embargo, un
jugador como Epi, el gran Super Epi, da sopas con honda a gente como Rudy Fernández.
Epi fue la primera estrella mediática pero no por ello perdió la proximidad con los medios.H ice mi primera entrevista a un Epi todavía junior en nuestro
entrañable4-2-4 y la última en Gigantes. Diecisiete años de trayectoria y siempre el mismo tipo amable y cercano.
Los periodistas de entonces, creo que inconscientemente,
éramos capaces de sentir y transmitir mucha más pasión que los de ahora
gracias a la verdadera proximidad que teníamos con los
protagonistas del juego. Ahora es una proximidad artificial,
edulcorada y adulterada.
No existía el peloteo actual, ni jefes de prensa, ni normas
absurdas. Aquellos ídolos eran personas normales y corrientes. No tenían
la obligación de ser modelos de nada pero se
esforzaban para hacer mejor su deporte. Te ganabas la confianza del
jugador sin intermediarios y sin cortapisas. Tener el teléfono “fijo”
era de mucho más valor que el “móvil”
actual.
Será la nostalgia y la proximidad. Las cenas y tertulias compartidas con estrellas o jugadores de menor perfil. Sí, ya sé que los de ahora son capaces de
hacer muchas cosas y más rápido. Pero nadie en la actualidad me hará olvidar la infinita elegancia del inigualable Essie Hollis o de Webb Willians (el Hollis blanco del
Helios), el juego de pies y las risas echadas con Javier Mendiburu en Las Cavas Rekondo junto al entrañable General
Custer.
El enorme talento de Ed Johnson. Las últimas horas con Bob Fullarton en Manresa, cuando empacaba sus pertenencias antes de regresar definitivamente a los
Estados Unidos. Ni a Manolo Flores jugando de pívot en el Español. Ni a los hermanos Álvarez, estrellas nacionales del Oximesa.
Ni los increíbles brincos de Jesús Iradier y las vibrantes remontadas por la línea de fondo de Nino Buscató.
Y si hablamos de entrenadores nadie iguala ahora el magisterio de Pepe Laso y Aíto, la conversación socarrona e hipnotizadora de Ignacio
Pinedo. Ni la caballerosidad de Chus Codina. Nadie es capaz de generar tanta pasión como Manel Comas o Moncho Monsalve. También quiero
recordar a Joan Coma, el descubridor de otro ídolo, Joan Creus. El ídolo más moderno: Pedro Martínez. Por su trabajo y por haber compartido con
él pistas de cemento y balones Mikasa deformados.
Pero no quiero ser injusto. Aquel era mi baloncesto y los
jugadores y entrenadores de antaño parten con ventaja: ellos me
enseñaron a amar este deporte. Y a medida que acumulas años este
poema de William Wordsworth cobra mayor sentido:
Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello,
que en mi juventud me deslumbraba;
aunque ya nada pueda devolver
la hora del esplendor en la hierba
de la gloria en las flores,
no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
Cuando releo esta maravilla me acuerdo de las gradas del Sant Pep, abarrotadas, con un ambiente cargado como el viejo Price, vibrando con el
Cotonificio.
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