miércoles, 2 de mayo de 2012

Desde: "Tirando a fallar"


La hora de Paniagua: Last exit to Brooklyn

La hora de Paniagua: Last exit to 
Brooklyn

Los Nets se marcharon la semana pasada, sin mucha pena y con ninguna gloria, de Nueva Jersey, el Estado de la Unión en el que han habitado durante los últimos 35 años; justo desde que en 1977 cruzaran el río Hudson para mudarse allí desde la vecina Nueva York.

Casi al mismo tiempo, el entonces dueño del equipo, Mr. Roy Boe, vendió el club a un grupo de hombres de negocios liderado por el magnate Alan Cohen por la suma de 20 millones de dólares. Por cierto, el señor Boe consiguió con esta venta uno de los mayores superávits jamás obtenidos por un vendedor en la historia de las ligas profesionales norteamericanas: el Míster Boe se había hecho con los Nets por 110.000 dólares.

El traslado de los Nets a Jersey fue traumático desde el inicio; una especie de parto con fórceps que, de alguna manera, marcó el devenir de una franquicia a la que muchos, dentro y fuera de New Jersey, han considerado siempre un tanto gafada.


Resulta que cuando los Nets de Nueva Jersey llegaron a la nueva NBA, procedentes de la extinta ABA -junto a Denver, Indiana y San Antonio- los Knicks de Nueva York exigieron a la Liga que les cobrara a los de Jersey un canon de casi 5 millones de dólares por “invadir” lo que los neoyorquinos consideraban su territorio natural. Al mismo tiempo, el patrón había prometido al gran Julius Erving, la superestrella de los Nets, un aumento de sueldo que era casi equivalente a la cantidad que ahora le exigían los Knicks. Con esa mejora de contrato, el superlativo “Doctor J” había prometido que jugaría en New Jersey durante toda su carrera, convirtiendo así a los Nets en una de las franquicias punteras de la futura NBA. Sin embargo, cuando los ejecutivos de la Liga confirmaron que el pago de aquel canon era procedente y obligaron a los Nets a abonar el impuesto territorial a los Knicks, el señor Boe incumplió su promesa con Erving. El Doctor, como represalia, ya ni siquiera se presentó a los entrenamientos de pretemporada. Al final, los Sixers de Filadelfia pagaron 4 millones a los Nets por el contrato de Julius Erving que era, más o menos, la misma cantidad que les demandaban los de Nueva York. El resto es historia.

Se puede decir, por lo tanto, que los Nets traspasaron al mítico Julius Erving, su jugador franquicia, por una plaza en aquella refundada NBA. Sin embargo, la operación dejó al club en la ruina deportiva y poco tiempo después en la ruina material también. Comenzaba así para los Nets de Nueva Jersey una historia plagada de infortunios, de tragedias y de frustraciones que ha durado tres décadas y media con tan solo unos pocos intervalos de quietud y de bonanza.
Cierto es que a lo largo de estos 35 años, los Nets han tenido a jugadores excepcionales en sus filas: Bernard King, Buck Williams, Jason Kidd, o el genial Drazen Petrovic, entre otros. Y no es menos cierto que en su banquillo se han sentado entrenadores igualmente extraordinarios; mentes preclaras del básquet como Chuck Daly, Bill Fitch, Larry Brown, John Calipari e incluso, en calidad de jugador-entrenador ayudante, el gran maestro Phil Jackson. Tampoco se puede olvidar que los Nets fueron el club que eligió a Fernando Martín en el Draft de la NBA de 1985, aunque en realidad nunca tuvieron intención de ficharlo.
Pero, sobre todo, la historia de los Nets en Nueva Jersey ha sido una historia de desamor y de desencuentro entre un club y una afición. Es muy difícil de entender, pero es muy fácil de explicar. Lo ilustraré con un dato abrumador: los Nets no llenaron su cancha ni cuando jugaron dos Series Finales consecutivas, en 2002 y en 2003, con Jason Kidd como líder en el campo y con Byron Scott como técnico en el banquillo.

Y añadiré un par de ejemplos comparativos, que me parecen muy explícitos. Hace unos años, los Supersonics se marcharon de Seattle –con nocturnidad, alevosía y con las bendiciones del Comisionado Stern- para habitar en las verdes praderas de Oklahoma. Pues bien, hoy en día muchos aficionados en Seattle no solo no olvidan a sus Sonics sino que utilizan toda su fuerza cívica para mantener viva la llama de su ciudad como posible casa de una franquicia de la NBA en el futuro.

Otro ejemplo es Sacramento. Los Kings están bajo la siniestra amenaza de los hermanos Maloof, que son los actuales propietarios del club y que parecen estar haciendo todo lo necesario para que la franquicia no siga en la capital californiana. Sin embargo, la movilización de los fans de los Kings es admirable. Trabajan codo a coda con su alcalde, Kevin Johnson, en su lucha por evitar que los Maloof se lleven el club a otra ciudad y se agrupan en un movimiento ciudadano llamado “Here We Stay” (“Aquí Nos Quedamos”) que es muy activo en las redes sociales.

Ahora el contraste. El pasado lunes, justo cuando los Nets jugaban su último partido en Nueva Jersey -precisamente contra el Filadelfia- los ciudadanos de Newark, y los de gran parte del Estado Jardín también, celebraron ese día como el “Victory Day” (“El Día de la Victoria”).


El populoso barrio neoyorquino de Brooklyn espera ahora a los Nets con los brazos abiertos. Los Nets serán el primer club de una de las cuatro grandes ligas profesionales norteamericanas que va a tener la barriada después de que el infame Walter O’Malley se llevara al equipo de beisbol, los míticos Dodgers, a Los Ángeles en 1957. Aquello fue una tragedia que desembocó en un trauma que todavía perdura hoy en día en la mente de muchos brooklynitas y que dudo mucho que ahora los Nets puedan hacerles olvidar. Los Dodgers estuvieron 68 años seguidos en el barrio y la fusión de almas entre peloteros y aficionados era –es- legendaria.

No muy lejos de la emblemática Flatbush Avenue, la arteria principal de Brooklyn, al otro lado del río Hudson, permanecerá el recuerdo, cada vez más difuso, de los Nets. Un club de baloncesto cuya verdadera tragedia consistió en que nunca llegó a conseguir lo más preciado que puede poseer un equipo. Algo mucho más valioso que los éxitos deportivos y mucho más profundo y esencial que cualquier título de campeón: el amor y la pasión de sus aficionados.

Miguel Ángel Paniagua (publicado en GIGANTES)

Miguel Ángel Paniagua en Twitter (@pantxopaniagua)

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